Manías de escritores

Manías de escritores

Que levante la mano quien no tenga manías. Todos tenemos alguna, no solo los escritores.

Vale, te lo pongo más fácil e imitando a la Vecina Rubia, cita a las personas que conoces con más manías, y si no conoces a ninguna es que eres tú.

No sé por qué extraña razón, la extravagancia en las manías es directamente proporcional al nivel creativo.

Y no me estoy refiriendo a las excentricidades de famosos que necesitan, por ejemplo, dormir sobre sábanas de hilo egipcio o hacen cambiar la grifería de los baños de los hoteles en los que se hospedan para que sea de oro o no beben agua si no es de una marca determinada; no, no es eso. A eso se le llama tontuna por exceso de dinero, que también es proporcional, sin duda.

Esta semana he estado leyendo sobre escritores que tenían manías; escritores famosos, de peso, de esos que se estudian en los colegios. Algunos de ellos tuvieron vidas paupérrimas o triunfaron post mortem, por eso, yo no pierdo la esperanza aunque me muera. De cualquier manera, todos ellos tuvieron sus manías o rarezas a la hora de escribir.

En realidad, ¿qué es la normalidad? o mejor aún, ¿quién es normal? El psicoterapeuta austriaco A. Adler decía que “las únicas personas normales son las que no conoces bien.”

La cuestión es que me he dado cuenta leyendo estas manías que coleccionaban los grandes, de que comparto algunas de ellas, en concreto, coincido con cuatro.

¿Sabías que Dickens no podía sentarse a escribir despeinado o con aspecto desarreglado? Normal, no hay manera de concentrarse con el pelo estorbando en la cara, con legañas en los ojos o en pijama y bata. No, no, no, de eso nada. Bien acicalados y perfumados sale todo mejor. En mi caso, reconozco que me pinto hasta los labios del rojo que casi es una de mis señas de identidad. Porque si te arreglas para ir a trabajar, ¿por qué no hacerlo para ir a tu despacho a escribir? Aunque esté en tu casa. La soledad del escritor no debe estar reñida con la higiene o nuestro aspecto.

Con Henry James nos encontramos ante el caso de escritor disciplinado. Contaba con hábitos de trabajo regulares comenzando temprano hasta la hora de comer. Exactamente igual que hago yo. Además, he encontrado un punto más en común con él y es que un dolor de muñeca hizo que abandonara su pluma teniendo que dictarle todo a su secretario. Aquí tengo que hacer un inciso; mis problemas son de hombro, aunque ya me han afectado a la muñeca y no, mi secretario, que se llama Ryan, no escribe, solo me ayuda a no olvidarme de lo que tengo que hacer. Así que, en caso de verme realmente impedida, tendré que echar mano de las nuevas tecnologías y empezar a probar esos programas de voz que, de momento, detesto.

Te presento a Ryan.

Por su parte, Dan Brown dice que se detiene cada hora de escritura para hacer reflexiones. A mí me pasa algo parecido; no puedo escribir más de dos horas seguidas; debo parar para pensar sobre lo que he escrito, lo que escribiré o cómo decir una frase. Entre tanto, doy un paseo a la cocina para prepararme un café o té.

Finalmente, me identifico con una manía de García Marquéz, quien no escribía si no estaba inspirado. ¿Sabes cuántas veces he tenido que abandonar mi ordenador porque no era el momento de teclear? Yo tampoco, pero sé que muchas, quizá más de las que me hubiese gustado.

Supongo que imaginarás que cuento con una colección bastante amplia de manías, pues no estás equivocado. Mi lista es algo más amplia, claro. Pero no creo que difiera mucho de la tuya, te dediques a lo que te dediques. Para terminar con el listado, te citaré una manía que hasta a mí me sorprende.

Y es que no puedo sentarme a redactar sin un café o un té y la elección dependerá de la estación del año; en los meses de calor bebo café con hielo, si hace frío té negro con una nube de leche o matcha con leche vegetal siempre.

La verdad es que no era consciente de mis manías hasta que me he puesto a escribirlas.

Las manías: ¿somos unos lunáticos?

Por lo general, hablamos de las manías como algo meramente anecdótico sin tener en cuenta o al menos pasando por alto el verdadero significado del término. Pero, sin duda, si atendemos a la definición del término, resulta algo inquietante ser poseedor de ellas.

  • Trastorno o enfermedad mental que se caracteriza por una euforia exagerada, la presencia obsesiva de una idea fija y un estado anormal de agitación y delirio.
  • Costumbre o comportamiento raro o preocupación injustificada.

Si nos quedamos con la definición de la RAE, podemos respirar algo más tranquilos, o no.

Y ¿qué ocurre si buscas sinónimos? Pues verás, estos son algunos de ellos: chifladura, chaladura, psicosis, rareza, obsesión… ¿sigo? Mejor no, porque en cuanto termine de escribir este artículo me voy al médico a que me traten esas manías que, para mí, solo eran costumbres, sin embargo, al parecer, es algo mucho más serio y preocupante.

¿Qué manías tienes tú? Cuéntamelas en los comentarios, ¿te atreves?

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6 thoughts on “Manías de escritores

  1. Si en alguna manía me reconozco, es en la de asearme antes de; y en la de disponer al menos de un par de horas por delante para apreciar que entre lo que escribo y lo que borro va quedando algo; y en la del té a medio camino aunque, antes, el café. ¡Vaya!, solo creía que era una y como siga va a salir un ‘puñao’.

    Cómo somos, ¿verdad, Sonia? 😉
    Un abrazo, compañera.

  2. Yo no puedo escribir si mi mesa está desordenada. No puedo tener orden en mi cabeza si no veo orden alrededor. A ver, un orden normal, nada exagerado.

    Me da envidia que puedas escribir durante dos horas, porque yo tengo que parar más a menudo, incluso aunque esté en racha y tenga las frases ya masticadas en mi mente.

    Después de leerte, descubro que tengo más manías, pero me las guardo para otro momento. Buen artículo que me ha hecho sonreír.

    1. Querida Isabel:
      Gracias por leerme y animarte a compartir una manía confesable. Cuando leo vuestros comentarios y me decís que os ha gustado un artículo y que además os ha sacado una sonrisa, me hace muy feliz.
      Un abrazo.

  3. En lo personal, mis manías han sido dejar siempre, al final de cualquier sesión de escritura, una frase inconclusa para continuarla en la siguiebte sesión. Es como un miedo irracional a no poder continuar la historia donde la dejé la última vez, por alguna razón dejar una frase inconclusa me ayuda mucho. También suelo crear listas de música que uso como “bandas sonoras” para las historias que estoy escribiendo, y las voy escuchando a lo largo del día, imaginando “trailers” o escenas específicas. Sí, todos llegamos a creer que estamos locos en nuestras propias manías.

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