El zoo humano y la morgue

El zoo humano y la morgue

El paseo por la historia a través de sus curiosidades nos lleva esta semana a poner sobre la mesa dos atrocidades. Viajamos de nuevo al siglo XIX para hablar del zoo humano y la morgue. ¡Lo que da de sí este centenar de años!

¿Has pensado qué harás este domingo? Cualquier cosa que se te ocurra será una bobada al lado de las excentricidades de nuestros antepasados decimonónicos. De verdad que no sé cómo definir estas dos actividades: visitar el zoo humano y la morgue. Empezamos por Madrid, después viajaremos a París.

En 1887 junto a la Casa de Fieras, el Parque del Retiro de Madrid acogió un zoo humano.

El inventor de este proyecto fue el mercader de animales alemán Carl Hagenbeck que vio en eso de exponer personas enjauladas una buena manera de lucrarse.

Si siempre digo que no podemos mirar al pasado con los ojos del presente, en este paseo por la historia es más necesario que nunca que no lo hagamos. Hoy nada de esto es comprensible, por no hablar de moralidad, respeto, ética y otros tantos valores o derechos humanos. Sólo así, con el deseo de conocer la historia y sin pretender entender determinadas acciones, continuamos.

Los indígenas filipinos llegaron para mostrarles a los madrileños cómo eran. Una raza que resultaba exótica entonces y aún hoy nos lo sigue pareciendo cuando vemos en las revistas a la filipina más famosa de los siglos XX y XXI. Sí, me refiero a Isabel Preysler, la mujer que siempre parece más joven que sus hijas.

Chascarrillo aparte, por aquello de rebajar un poco la gravedad del tema, regresamos al siglo XIX. Época en la que llegaron a Madrid 43 indígenas filipinos a los que acompañaron un negrito, tagalos o igorrotes (razas aborígenes de la isla filipina de Luzón).

El parque del Buen Retiro fue el lugar escogido para escenificar la vida en las islas reproduciendo la cotidianidad. De este modo los madrileños podían ver sus poblados, viviendas típicas, forma de vida y trabajos sin moverse de su ciudad y a costa de la explotación. Así lo recogió la prensa como El Imparcial: «En su constitución, en su aspecto, en su lenguaje, en sus maneras, en sus costumbres, en su color y hasta en sus trajes, esos compatriotas nuestros difieren grandemente de los filipinos más civilizados y hasta ahora conocidos».

Las cabañas de paja llegaron directamente de la selva filipina para aportar mayor credibilidad a la puesta en escena en la que los ejemplares étnicos se mostraban semidesnudos.

En esta instalación los filipinos exhibidos bailaban, trabajaban el tabaco y estaban acompañados de animales que resultaban exóticos como una serpiente de cinco metros.

No creas que esto era una atrocidad exclusiva de España, no. Estas exhibiciones itinerantes recorrían Europa desde la década de los 70, por lo que llegaron tarde a nuestro país en donde también encontraron público, tanto en Madrid como en Barcelona donde se podían ver «negros salvajes».

Gracias a la prensa y a las investigaciones posteriores, sabemos que en Madrid trataron a estas personas mejor que en el resto de Europa. Por ejemplo, pudieron entrar al palacio Real donde la regente María Cristina de Habsburgo y la infanta Isabel los recibieron en audiencia. Después regresaron a sus jaulas.

En la muestra de Bruselas en 1897, hablamos ya casi del siglo XX, en un cartel se leía: «No alimenten a los congoleses. Son alimentados». Durante la celebración del centenario de la Revolución Francesa, el lema de libertad, igualdad y fraternidad no incluía a los cuatrocientos africanos de Pueblo Nuevo, la principal atracción de la Exposición Universal de París.

Y aquí, en París, nos quedamos para hablar de otro curioso pasatiempo habitual en el siglo XIX. Si consideramos inhumana la actividad anterior, ¿cómo definir esta que te voy a contar?

La morgue de París se convirtió en el parque temático de la muerte, uno de los principales atractivos turísticos de la ciudad que recibía miles de visitas diarias para contemplar rostros cortados, hinchados, con la boca abierta, sonrisas terroríficas. Hombres y mujeres jóvenes y viejos.

Cadáveres expuestos tras vitrinas de cristal para que niños, padres y abuelos contemplaran el horror de la muerte. Desnudos, apenas cubiertos con taparrabos de cuero, y pésimamente conservados con agua fría. Algunos cuerpos mutilados, otros en proceso de descomposición, pero todos conformando el entretenimiento de miles de personas.

Un dato: la morgue, que estaba situada junto a la catedral de Notre-Dame, recibía 10 000 visitas más al día más.

Si el siglo XVIII ha pasado a la historia como el de las luces, el XIX bien podría considerarse el de las sombras. Un periodo en el que el zoo humano y la morgue se convirtieron en los pasatiempos favoritos de la burguesía.

También puedes escuchar este artículo sobre el zoo humano y la morgue en cualquier plataforma de podcast. Te dejo los enlaces a YouTube y Spotify.

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