La fotografía post mortem

La fotografía post mortem

En el paseo por la historia a través de sus curiosidades, hoy hablamos de la tradición de la fotografía post mortem. Una costumbre en los siglos XIX y principios del XX que si las miramos con los ojos de hoy, nos provoca un escalofrío.

Si me acompañas habitualmente, sabrás que siempre te digo que no podemos mirar al pasado con los ojos del presente. Imposible, porque no entenderíamos nada. Y esto es un claro ejemplo, porque en aquella época, la cosa no era tan macabra como hoy nos parece. De hecho, era más bien una forma de mantener viva la memoria de los seres queridos en un tiempo en que la muerte no se escondía, no se disfrazaba de eufemismos, ni se maquillaba con frases del tipo «ya está descansando» o «ahora está en un lugar mejor».

La fotografía post mortem consistía en tomar imágenes de los fallecidos como una forma de conservar su memoria. Hay que tener en cuenta que hablamos de una época marcada por la alta mortalidad infantil donde, además, las enfermedades contagiosas y las condiciones de vida difíciles conducían a muertes tempranas en muchas ocasiones.

De ahí que esta costumbre se presentaba como un medio para enfrentar la pérdida y mantener la conexión emocional con los seres queridos que habían fallecido. Aunque hoy en día puede parecer una tradición inquietante o incluso macabra, la fotografía post mortem refleja la relación íntima y culturalmente distinta que las sociedades victorianas tenían con la muerte.

Esta práctica surgió poco después del descubrimiento de la fotografía a principios de la década de 1840. El daguerrotipo, la primera técnica fotográfica ampliamente utilizada, permitió obtener imágenes detalladas y accesibles, y pronto se convirtió en una herramienta importante para preservar recuerdos. Antes de la invención de la fotografía, los retratos pintados eran el único medio para capturar la imagen de una persona. Sin embargo, eran costosos y accesibles sólo para las clases más altas. De modo que la fotografía permitió que todas las clases sociales pudieran conservar imágenes de sus seres queridos, incluso después de su muerte.

Las fotografías post mortem buscaban retratar a los fallecidos de manera serena y pacífica, en muchos casos simulando que aún estaban vivos o dormidos. Aunque la estética variaba, lo habitual era mostrar al difunto en poses naturales, en ocasiones rodeado de objetos personales, familiares y en el caso de los niños, acompañados de juguetes. Por ejemplo, acostados en una cama o en brazos de sus seres queridos. Esto era especialmente común en las fotografías de niños, en las que se intentaba proyectar una imagen de tranquilidad.

Por supuesto, en muchas ocasiones los fotógrafos se veían obligados a emplear diversas técnicas para mejorar la apariencia de los difuntos. En algunos casos, se pintaban los ojos sobre las imágenes o incluso se utilizaban dispositivos para sostener a los fallecidos en posición erguida. En otras ocasiones, se realizaban retoques en las fotografías para suavizar las expresiones faciales o mejorar la calidad general de la imagen. El resultado era una imagen solemne que servía como un recordatorio duradero del fallecido. Vamos, lo que viene siendo el photoshop de hoy.

Como imaginarás, estas imágenes se tomaban en la casa del finado, no llevaban el cuerpo a los estudios.

A pesar de la tristeza que rodeaba estos eventos, la fotografía post mortem servía de consuelo para las familias, pues les permitían mantener una conexión visual con sus seres queridos.

En esa época, el duelo se consideraba un proceso activo en el que las personas debían participar para demostrar respeto por los fallecidos. De ahí que las fotografías post mortem cumplieran una función emocional y social. Gracias a ellas, las familias recordaban a sus seres queridos y los ayudaban en el proceso de duelo. Además, estas imágenes a menudo se compartían con amigos y familiares lejanos, para quienes podría haber sido la única oportunidad de ver al difunto.

Las imágenes de niños fallecidos eran particularmente comunes, ya que las familias veían en ellas un símbolo de la pureza y la inocencia perdida. El hecho de capturar la imagen de un niño dormido o en paz también ayudaba a las familias a sobrellevar la tragedia de perder a un hijo.

Final de una costumbre

Gracias a los avances médicos que se produjeron en el siglo XX, esta práctica fue en decadencia. La mortalidad infantil se redujo y la fotografía se convirtió en algo más cotidiano. De manera que las familias tenían imágenes de sus seres queridos en vida. Dejó, por tanto, de ser una necesidad la fotografía post mortem para recordar al finado.

Además, a medida que las sociedades se modernizaban, la muerte se volvió un tema más privado y menos visible en la vida cotidiana. Los rituales públicos de duelo, como la exhibición de fotografías de los muertos, comenzaron a ser vistos como inapropiados o de mal gusto. La muerte, que antes era una presencia constante en el hogar, fue progresivamente trasladada a hospitales y funerarias, lo que también afectó la forma en que las personas trataban el recuerdo de sus seres queridos.

Hoy, esta práctica no es más que una curiosidad histórica.

En resumen, la fotografía post mortem fue una manifestación cultural y social de la época victoriana, profundamente arraigada en las creencias sobre la muerte y el duelo. Aunque ha desaparecido en gran parte de las sociedades modernas, sigue siendo un testimonio único de cómo las personas del pasado lidiaban con la pérdida y buscaban preservar la memoria de sus seres queridos.

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