La ridícula muerte de Atila

La ridícula muerte de Atila

¿Recuerdas a Atila, el rey de los hunos? Sí, el azote de las legiones romanas, el hombre más temido de su época. Hoy te hablo de la ridícula muerte de Atila.

También te la cuento como podcast. Aquí te dejo los enlaces de YouTube y de Spotify por si prefieres escucharla.

Extraer información fiel a la realidad de tiempos tan pretéritos es complicado. Por eso, tomaremos como fuente a Prisco de Panio, filósofo e historiador contemporáneo de nuestro protagonista de hoy.

Sabemos que Atila se erigió en el siglo V como jefe supremo de los hunos, los principales enemigos de Roma. Y si una frase lo define y es por que ha pasado a la historia esa es: por donde pasaba su caballo no volvía a crecer la hierba.

Cruel, despiadado, bárbaro, el hombre más temido. Esa es la imagen que nos ha llegado del rey de los hunos. Pero qué hay de verdad en la leyenda. Prisco de Panio, el autor que te he mencionado unas líneas más arriba y que había nacido en Grecia bajo el dominio romano, nos lo presenta de la siguiente manera:

«Un hombre digno y compasivo, modesto en sus hábitos y requisitos personales, cuya corte atrajo a hombres reflexivos procedentes de diversas naciones».

Alejarnos de golpe de la leyenda negra que rodea a este personaje es complicado. De ahí que pienses «Sí, ja, seguro» y no te lo creas. Lo entiendo, a mí me pasó algo parecido. Pero este autor es la fuente más rica y fiable sobre los hunos ya que formó parte de una embajada enviada a la corte de Atila.

En realidad, parece que fue un hombre que muy probablemente hablaba latín y le gustaba la poesía. Dos cualidades que no encajan mucho con la leyenda negra que lo rodea. Además, dicen que construyó termas en su cuartel general porque se preocupaba por la higiene.

Sé que estás pensando otra vez que me estoy quedando contigo para empezar el año. Nada más lejos, pero seguiré dándote más datos.

Uno de los hombres reflexivos de los que se rodeó fue Orestes, padre de Rómulo, el último soberano del imperio romano de Occidente.

Y es que sólo un hombre con carisma podía llevar a cabo una gesta como la unión de los hunos. Se convirtió en el líder de una gran confederación de pueblos que se extendía desde los Urales al Ródano. Guerreros de distintas culturas acudían a él para formar parte del ejército con el que plantó cara al imperio romano.

Los ocho años que estuvo en el poder fueron suficientes para crear una leyenda que aún hoy se recuerda. Una fama de cruel y despiadado que no se preocupó de limpiar, sino que utilizó para conseguir prebendas. Por ejemplo, gracias a ella recibió tributos de Roma a cambio de no ser invadida.

Datos que empujan a la historiografía a cambiar el punto de vista acerca del conocido como «azote de Dios». De ahí que «La historia moderna califica a Atila de caudillo brillante, dirigente perspicaz y hombre que, lejos de la crueldad que se le atribuye, amaba la cultura y detestaba los excesos».

Y de los mismos historiadores nos debemos fiar para hablar de la ridícula muerte de Atila.

Según Prisco, la noche de bodas con su última mujer, una goda llamada Ildico, sufrió una grave hemorragia nasal que le provocó la muerte.

En esta misma línea, Ana Martos señala que las hemorragias nasales eran habituales en los últimos tiempos de Atila: «Cuentan que en sus últimos años padecía hemorragias nasales y que sufrió una durante el sueño. Debido al alcohol ingerido no reaccionó y se ahogó en su propia sangre y vómito sin que su aterrorizada esposa pudiera hacer nada».

Por su parte, el historiador renacentista Pedro Mexia en su obra Historia Imperial y Cesárea decía sobre esta muerte que «comió y bebió tanto aquel día de su boda que, vencido después del sueño, durmió boca abajo donde le vino el flujo de sangre a las narices con tanto ímpetu y fuerza que lo ahogó en el espacio de una hora. Y allí acabó derramado en su propia sangre».

Por supuesto, no falta en su muerte ese tinte de leyenda negra que lo acompañó durante su vida y que asegura que en realidad lo asesinó su nueva mujer. Teoría avalada por el cronista romano Conde Marcelino: «Atila, rey de los hunos y saqueador de las provincias de Europa, fue atravesado por la mano y la daga de su mujer».

En cualquier caso, descubierta la ridícula muerte de Atila, sus soldados lo lloraron de la manera que merecía. Se cortaron el pelo, una de sus señas de identidad, y se hirieron con las espadas, porque el más grande de todos los guerreros no merecía que lo lloraran con lamentos de mujer ni con lágrimas, sino con la sangre de sus hombres.

Después lo enterraron en un triple sarcófago recubierto de oro y plata, junto con el botín de sus conquistas. Y un dato: todos los que participaron en el funeral acabaron ejecutados para mantener en secreto el lugar de enterramiento.

Los hijos de Atila no heredaron el carisma unificador de su padre. Elak, el heredero, Dengizik y Ernak lucharon por la sucesión, pero la división no hace la fuerza y terminaron vencidos en la batalla de Nedao por una coalición de pueblos como ostrogodos, hérulos o gépidos. De modo que su imperio se fue con él a la tumba.

Así fue la ridícula muerte de Atila.

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