Diario de un amor confinado (II)

Diario de un amor confinado (II)

Esta semana, puedes seguir leyendo mi nueva novela en el blog. Pincha aquí para leer el principio.

Sábado 14 de marzo de 2020

Mi frigorífico hace eco. Soy muy poco mañosa en la cocina. Rafa, sin embargo, cocinaba fenomenal, por eso, cuando nos dividimos las tareas domésticas al comenzar la convivencia, decidió que lo lógico sería que también se encargara de hacer la compra.

Esto tiene que cambiar, no puedo pasar toda la vida lamentándome, las chicas tienen razón. Rafa es pasado. Yo soy joven y no estoy mal, aunque hace tiempo que dejé de ir al gimnasio, tanto que no recuerdo si llegué a ir, y no ayudo mucho con la alimentación. Hace exactamente seis meses y tres días que solo consumo comida basura y, además, sin horarios.

Pero ya está bien. Hoy comienza mi nueva vida y voy a empezar por la alimentación. Ahora mismo bajaré al súper para hacer una gran compra. Total, es a lo único que puedo salir y me ahoga demasiado esta casa sin su presencia.

Domingo 15 de marzo de 2020

—Pero qué horas son estas de llamar, tía. —No podía esperar un saludo más efusivo de Paz a esas horas. Yo lo sabía—. Pero si solo son las siete de la mañana. Espera, ¿has intentado suicidarte? —preguntó sobresaltada. Es como si la viera, seguro que habría pegado un salto de la cama y estaría dando vueltas por la habitación asustada mientras esperaba que yo pronunciara alguna palabra que la pudiera tranquilizar. Ah, esta pregunta tiene una explicación de peso y es que la última vez que la llamé a horas que ella define como indecentes (lo que sucedía bastante a menudo desde que se hizo oficial mi separación), me hizo prometerle que jamás de los jamases la llamaría antes de las diez de la mañana. Solo había una excepción, que hubiera intentado quitarme la vida y en el último momento me hubiera arrepentido. Entonces sí podía llamarla, que para algo era mi mejor amiga.

—Tranquila, estoy bien. Pero es importante lo que tengo que decirte. Espera, que te hago una videollamada.

También añadí a la conversación a Mara, diminutivo de Maravillas, otra que también se unió a la moda del cambio de nombre durante la adolescencia, a Silvia y a Raquel.

—Bueno, chicas, ahora que estamos todas tengo que daros una noticia. Ayer decidí que daba el pistoletazo de salida a mi nueva vida y fui al supermercado a hacer una compra en condiciones, nada de procesados y comida basura —comencé.

—Sí que es una gran noticia, una primicia diría. Pero por tu bien, dime que hay alguna una razón relevante para que os esté intuyendo la cara tras las legañas —pidió Raquel.

—He conocido a un chico —dije pronunciando cada palabra del tirón, sin respirar y apretando los ojos cerrados.

—¿Dónde?

—¿Cuándo?

—¿Cómo se llama?

—En el Gastamenos. Ayer haciendo la compra de la que os he hablado y no sé su nombre.

—Vale, confirmado. Estás fatal. La separación te está afectando más de lo que creía —dijo Mara.

—No lo entendéis, me he enamorado de ese chico. Pensaba que no podría volver a enamorarme. Es más, creí que jamás podría sentir nada parecido por otro hombre que no fuera Rafa. Y desde que lo he visto ya no se me va de la cabeza. Nunca me había mirado así un tío —insistí.

—A ver, Valery, cariño, ¿cómo te lo digo? De las cinco, tú eres la idealista, la abanderada del amor cortés, la monógama. Estamos de acuerdo, pero esto ya es demasiado —dijo Silvia.

—No me crees, vale. Está bien. Os demostraré que me he enamorado y a ese chico sin nombre de momento, yo le he gustado —dije.

—A ese chico sin nombre de momento lo que le ha gustado son esas tetas que te regaló Rafa. Sube el teléfono, por favor, que las veo más a ellas que a ti en la pantalla —me pidió Paz.

Todas reímos y terminamos desayunando juntas, aunque cada una desde su casa. Esta modalidad tenía toda la pinta de que se iba a convertir ya en una costumbre.

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