Erotismo en el siglo XIX
A veces, cuando me encuentro sumida en la creación de una novela, como es el caso, la narración de un capítulo o de una escena me lleva a investigar sobre un tema que se presenta tan curioso que siento la necesidad de compartirlo contigo. Hoy te hablo del erotismo en el siglo XIX. Ahora decide si quieres escucharme o prefieres continuar leyendo. El podcast lo tienes en cualquier plataforma, como cada semana, te dejo por aquí los enlaces a YouTube y a Spotify.
En esta nueva novela, que tengo a punto de caramelo en el momento en el que escribo este artículo, presento a una mujer del siglo XIX adelantada a su época sin duda. Una dama de la alta sociedad italiana de la que poco se ha hablado y que destaca por ese halo de secretismo entre la leyenda y la realidad. Tanto es así que se convierte en una de las protagonistas y no sólo eso, sino que una de las escenas, como te decía antes, me lleva a redactar este artículo sobre el erotismo en el siglo XIX.
Los pies de la mujer han sido, son y serán un objeto de deseo para algunos hombres. Los pies femeninos son uno de los símbolos más característicos del fetichismo que ha dado para gastar mucha tinta sobre él. Pero ¿por qué? ¿De dónde viene ese deseo? Es sencillo, lo prohibido siempre atrae, llama la atención.
Dame la mano que nos vamos de paseo por el siglo XIX para descubrir lo erótico de la época.
¿Qué es el erotismo?
La RAE lo define en su primera acepción como «lo que excita el placer sexual» y en segundo lugar es «cualidad de ciertos hechos y situaciones que estimulan la sensualidad».
Este es un tema al que acceder desde diferentes perspectivas y que, por supuesto, no podemos mirar con los ojos del presente. Nuestra realidad es hoy bien distinta, pues luchamos por una una igualdad que rompa con lacras costumbristas.
Y si esto se hace en la actualidad, es porque hubo una época muy larga en la que el cuerpo femenino era el único culpable de su propia belleza. No dependía de los ojos con los que se mirase, simplemente tentaba sin más, así que a esconderlo.
No fue hasta entrado el siglo XX cuando la mujer muestra públicamente los tobillos. Hasta entonces, no podía existir para un hombre nada más exótico, erótico y sensual que la curva de los tobillos femeninos. Todo esto desembocó en el fetichismo de los pies, tobillos y pantorrillas de las mujeres. Hasta tal punto que durante la belle époque, en los burdeles de lujo de Francia, por ejemplo, los señores elegían antes los botines que deseaban que lucieran las damas con las que intercambiarían fluidos. Imagina, primero los zapatos, después la mujer.
Así hasta el siglo XX, pues antes, enseñar un tobillo sólo podía significar que la mujer provocaba al hombre. Como siempre, las mujeres somos nuestras peores enemigas y, en la época, los chismes, dimes y diretes eran el mayor entretenimiento de las féminas. El solo hecho de enseñar ostentosamente la enagua ya era un motivo más que suficiente para criticarlas con crueldad y juzgarlas de libertinas.
Sin duda, suponía un gran ataque a la honra. De ahí que se cuidaran mucho de mostrar más de la cuenta ellas y ellos, los maridos, guardaban su honor con celo.
Por ejemplo, en Dubrovnick, Croacia, el Gobierno mandó construir por expreso deseo de los maridos, un anexo a la balaustrada de una escalera que sube a la iglesia que hay junto al puerto. ¿Por qué? Para que al levantarse las señoras un poco las grandes faldas con sus miriñaques con el objeto de no pisarse y acabar con los dientes (las que contaran con su dentadura completa) clavados en la escalinata, ningún hombre malintencionado mirase los tobillos que quedaban a la vista.
Aquí puedes ver una foto de dicha escalera.
Indudablemente, todo esto respondía a las estrictas enseñanzas religiosas que daban pábulo a estas costumbres pudorosas.
Como ves, nada de enseñar pie, tobillo, pierna ni mucho menos ropa interior para no ser criticadas ni calumniadas.
Pero hubo una mujer a la que todo esto le importaba entre poco y nada. Una adelantada a su época, claro. Una dama de la alta sociedad que se fotografiaba enseñando pies y pantorrillas. Una dama que escandalizó a la mismísima emperatriz de Francia, la española Eugenia de Montijo. Todo esto lo podrás leer en la novela que tengo entre manos.
Como curiosidad te contaré que, durante la época victoriana, las mujeres ciclistas se enfrentaron a un problema por culpa de la indumentaria a la hora de realizar tal deporte. Esto se resolvió empleando la lógica, no era el deseo de nadie provocar accidentes por culpa de la ropa. Así, el atuendo femenino dejaba al descubierto tobillos y piernas provocando el estupor de los moralistas.
Imaginarás que no lo tuvieron fácil y que supuso para ellas todo un reto llevar a cabo su afición sin ser catalogadas de lo que no eran ya que muchos sostenían que lo hacían con el único fin de exhibirse.
En definitiva, este era el erotismo en el siglo XIX.