Las batallas navales del Retiro

Las batallas navales del Retiro

Hoy, el parque del Retiro es uno de los lugares más emblemáticos de Madrid. Es el refugio verde de madrileños y turistas. Por supuesto, testigo del paso de los siglos. Pero ¿habías oído hablar de las batallas navales del Retiro?

La realidad es que pocos saben que sus tranquilos estanques y jardines fueron en su día escenario de un espectáculo tan fastuoso como inusual: las batallas navales.

Sí, en pleno siglo XVII, en el estanque grande del Retiro, se celebraban recreaciones de combates marítimos por orden de los monarcas de la casa de Austria, especialmente Felipe IV. Aquellas naumaquias, como se conocía entonces a las simulaciones navales, no eran meros entretenimientos cortesanos, sino una compleja manifestación de poder, arte y propaganda.

El origen del Parque del Retiro se remonta al reinado de Felipe IV, monarca apasionado por el arte y el teatro. Fue su valido, el conde-duque de Olivares, quien promovió la construcción del Real Sitio del Buen Retiro como lugar de descanso, caza y representación.

No era simplemente un parque, sino un complejo palaciego con salones, jardines, ermitas, canales, estanques y espacios teatrales. Su diseño respondía tanto al deseo de retiro espiritual del monarca como a la necesidad de mostrar el poderío de la monarquía hispánica.

Entre las muchas instalaciones, destacaba el estanque grande, aún hoy existente. Este gran cuerpo de agua no solo embellecía el entorno, sino que servía de escenario para espectáculos acuáticos.

Y unas de las actividades lúdicas más destacadas eran precisamente las batallas navales del Retiro.

Inspiradas en los fastos del imperio romano —donde emperadores como Augusto o Nerón organizaban batallas navales simuladas en grandes estanques o anfiteatros inundados—, las naumaquias del siglo XVII combinaban música, teatro, fuegos artificiales y embarcaciones. En el Retiro, estas representaciones reproducían enfrentamientos bélicos a la vez que dramatizaban hazañas navales históricas o alegóricas, glorificando al monarca y sus ejércitos.

Se construían galeras y naves a escala real, a menudo decoradas con gran detalle y diseñadas para chocar entre sí sin causar daño. Marineros profesionales y actores representaban a los combatientes, en ocasiones disfrazados como turcos, piratas o enemigos del Imperio. Las coreografías incluían abordajes, disparos simulados de cañón, y el uso de fuegos artificiales para dramatizar los combates.

Uno de los ejemplos más célebres fue la recreación de una batalla entre cristianos y turcos, con clara alusión a la victoria de Lepanto, donde participó el escritor Miguel de Cervantes. En un contexto donde la amenaza otomana aún pesaba sobre Europa, estas representaciones reforzaban la imagen del monarca como defensor de la cristiandad.

Aunque el Retiro era un espacio reservado para la corte, en ocasiones las fiestas se abrían al pueblo, al menos en parte. Las crónicas de la época recogen la admiración con que los madrileños contemplaban desde lejos aquellos eventos. Los balcones del palacio, las gradas construidas alrededor del estanque y los jardines servían como graderíos improvisados desde donde la corte, los embajadores y los invitados contemplaban la representación.

La música desempeñaba un papel esencial en las batallas navales del Retiro. Compositores como Juan Hidalgo componían partituras para estos espectáculos, y a menudo se integraban coros, efectos de sonido y elementos teatrales con libreto. La batalla se convertía en una ópera acuática. Todo era minuciosamente orquestado: la puesta de sol, el reflejo de las luces en el agua o las apariciones de alegorías mitológicas. Nada era casual.

Más allá del entretenimiento, las batallas navales del Retiro eran herramientas políticas. En una Europa donde la imagen del monarca era vital para la estabilidad del Estado, estos espectáculos cumplían una función similar a la de los desfiles militares actuales. Demostraban que España, pese a las crisis económicas y los frentes abiertos, seguía siendo un imperio temido y respetado.

El agua, elemento simbólico de lo imprevisible y del poder marítimo, se ponía al servicio del arte cortesano. En pleno Siglo de Oro, mientras Velázquez inmortalizaba al rey y Calderón escribía para sus teatros, las galeras fingidas del Retiro escenificaban el dominio del mundo en un estanque artificial.

Pero a principios del siglo XVIII llegan los Borbones tras la Guerra de Sucesión y el gusto cortesano cambió. El Retiro sufrió daños durante la contienda y perdió su condición de centro principal del ocio regio. Aunque el estanque siguió usándose para actividades recreativas, las naumaquias desaparecieron.

Sin embargo, el recuerdo de aquellos fastos perdura en las crónicas y testimonios de la época, como los del padre Jerónimo de Barrionuevo o los informes de embajadores extranjeros, que se maravillaban ante el lujo y la originalidad de los espectáculos.

Hoy, cuando uno pasea por el estanque del Retiro, donde turistas reman en barcas y músicos callejeros actúan bajo el sol, no resulta difícil imaginar aquel otro Retiro palaciego, donde galeras fingidas chocaban en el agua y el arte se fundía con el poder.

Las batallas navales del Retiro son un testimonio del ingenio escénico y del uso del espacio urbano como teatro de poder. En una época en que la imagen era vital para el prestigio de las monarquías, los Austrias supieron convertir un estanque en una escenografía del mundo, donde el Imperio español volvía a vencer, al menos por un instante, entre las aguas y la música.

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