Segunda República española
El día 14 de abril de 1931 murió la Monarquía y nació la Segunda República española.
Termina el reinado de Alfonso XIII, el último Borbón anterior a la Democracia, comenzando el período más fructífero para muchos, pero todo lo contrario para otros, como siempre.
Este año, me sorprendo viendo los homenajes que se están llevando a cabo por los medios de comunicación: programas especiales en televisión y radio. Mi favorito sin duda ha sido el homenaje de @carlos_alsina en Onda Cero con la recreación radiofónica de la tarde de las elecciones del 31 y el día posterior.
Me pregunto ¿por qué hacen todo esto una década antes del centenario? Vamos, que me pega más para una fecha más destacada. Claro que en una década, largo me lo fiais, ¡la de cosas que pueden pasar!
En ocasiones, mi madre, una mujer prudente y nada dada a exponer su opinión en público, me reprende porque dice que me meto demasiado en política cuando escribo en el blog.
Yo siempre le contesto lo mismo, que para hablar de historia es necesario recurrir a la política puesto que está ligada la una a la otra. No cabe duda de que somos lo que fuimos y que de aquellos barros estos lodos. Qué bello nuestro refranero.
Pero como no soy una pizza, no le puedo gustar a todo el mundo. Sin embargo, me queda la satisfacción de no casarme con ningún color. Y volviendo a hacer uso de nuestro refranero, que es muy sabio, querer no impide reconocer.
Por eso soy capaz de elogiar lo bueno de unos y de otros, de un periodo histórico y de otro sin que me tiemble el pulso ni me afilie a nadie.
Digo lo que me gusta de todos; por supuesto, también lo que no, olvidando la manida frase de «lo políticamente correcto», porque no hay nada más incorrecto y obsceno que ser político e intentar lo correcto; pocas veces se consiguen ambas cosas. Quizá ninguna.
Lo políticamente correcto es la censura del siglo XXI.
Y como la historia es la que es y no la podremos cambiar ni borrar, esconderla tampoco evitará que ocurrieran hechos. De ahí la importancia de aprender de ella: de lo bueno y de lo malo, porque hubo de todo. Eso sería ya no solo lo más inteligente, sino lo más sano.
Tenemos que dejar de preocuparnos por interiorizar el sentimiento de culpa de aquello que hicieron nuestros abuelos y ocuparnos de escribir la parte de la historia que nos ha tocado de la manera más favorable posible para los que vienen detrás.
En 1938 el presidente de la república a la que hoy homenajeamos, dijo: «Paz, piedad y perdón». Palabras que podríamos aplicar también hoy, ¿no crees? El problema es que a muchos no interesa.
Volvamos al 14 de abril de hace casi un siglo, porque se produjeron dos acontecimientos de una relevancia tremenda y ambos hicieron cambiar a un país y su historia de la noche a la mañana. Bueno, tampoco es que fuera de repente. Los sentimientos antimonárquicos y republicanos se llevaban pergeñando ya mucho tiempo.
En contraste, ese último verano, el Palacio de Santander se encontraba más vacío que nunca. A las grandes y más importantes ausencias: mamá que había muerto un año atrás, Juan que estaba en la Academia Militar o Alfonso y Bee que vivían en el Sur, se unía el alejamiento de los que no necesitaban permanecer ya bajo mi paraguas. Un paraguas que se cerraba poco a poco. Ahora, a pocos kilómetros del centro neurálgico de la monarquía durante las vacaciones, se gestaba la república. Niceto Alcalá Zamora, que había sido ministro monárquico de Guerra, se presentó ese agosto como republicano junto a Miguel Maura en el Pacto de San Sebastián. Encabezaban el partido de Derecha Liberal Republicana desde el que impulsaron el movimiento popular que tenía como objetivo derrocarme.
Capítulo 25. En los ojos del rey.
Pero es verdad, que el día 14 fue muy movidito. A primera hora de la mañana el director de la Guardia Civil, Sanjurjo, acude a casa de Maura donde se encontraban reunidos miembros del comité revolucionario que poco antes habían salido de prisión: Niceto Alcalá-Zamora, Largo Caballero, Fernando de los Ríos, Casares Quiroga y Álvaro de Albornoz.
Allí, Sanjurjo se cuadra ante Maura y dice: «A las órdenes de usted, señor ministro».
Ya se celebraba la caída de una y el nacimiento de la otra. Los gritos en la calle eran ensordecedores y la marsellesa sonaba por el centro de Madrid.
Unas horas más tarde, sobre la una y media, el rey Alfonso XIII manda a Romanones, que también estaba sintiendo la llamada de los revolucionarios, a reunirse con Alcalá Zamora en casa del doctor Gregorio Marañón, que fue médico del rey y que también le volvía ahora la espalda.
Romanones debía conseguir acordar una abdicación en favor del Príncipe de Asturias y evitar así el nacimiento de la Segunda República. No solo no lo consigue, sino que vuelve con un mensaje para el rey. Se le pide que esa misma noche abandone España para evitar males mayores.
Está claro que el rey no supo llevar el país que su madre le había dejado en herencia y pese a que desde el principio tuvo claro que solo había dos opciones, pronto entregó el país a los militares. Por algo fue conocido como el rey soldado.
…En este año me encargaré de las riendas del estado, acto de suma trascendencia tal y como están las cosas, porque de mí depende si ha de quedar en España la monarquía borbónica o la república; porque yo me encuentro el país quebrantado por nuestras pasadas guerras, que anhela por un alguien que lo saque de esa situación. La reforma social a favor de las clases necesitadas, el ejército con una organización atrasada a los adelantos modernos, la marina sin barcos, los gobernadores y alcaldes que no cumplen las leyes, etc. En fin, todos los servicios desorganizados y mal atendidos. Yo puedo ser un rey que se llene de gloria regenerando a la patria, cuyo nombre pase a la Historia como recuerdo imperecedero de su reinado, pero también puedo ser un rey que no gobierne, que sea gobernado por sus ministros y por fin puesto en la frontera. (…) Yo espero reinar en España como Rey justo. Espero al mismo tiempo regenerar la patria y hacerla, si no poderosa, al menos buscada, o sea, que la busquen como aliada. Si Dios quiere para bien de España…
Capítulo 3. En los ojos del rey.
No cabe duda de que el final de Alfonso XIII fue el resultado de un desastroso reinado, pues hasta sus más fieles acabaron dando la espalda al rey y la cara a la república.
La que fuera el gran amor de su vida, la actriz Carmen Moragas, y con quien llegó a formar una familia en paralelo a la palaciega, también terminó abrazando a la república.
—¡Carmen!, esta llamada no la esperaba, la verdad. ¿Cómo estás?
—Supongo que mejor que tú en estos momentos —acertó a decir.
—La situación es la que se percibe, crisis total. Pero tú estarás contenta, al fin y al cabo, en los últimos meses has abrazado más a la república que a la monarquía, ¿no es verdad? El poeta ha ganado al soldadito. Ya no tienes que ocultarlo, Carmela.
—Bueno, mis opiniones son mías, sin embargo, no puedo olvidar que mis hijos son hijos de rey. Te conozco bien y sé que lo estarás pasando mal porque si algo has querido siempre, por encima de todo, es a tu España.
Capítulo 26. En los ojos del rey.
Al final, tanto el monarca como el republicano tenían un sentimiento común.
Mientras el rey Alfonso hasta en el lecho de muerte sostuvo que todo lo hacía por España y que esta debía ser lo primero, el presidente Azaña dijo: «Os permito, tolero, admito, que no os importe la República, pero no que no os importe España. El sentido de la Patria no es un mito».
Sí, palabras de don Manuel, porque patriotismo no tiene que ser sinónimo de facha. Vamos que lo cortés no quita lo valiente.
Entonces, ¿Monarquía o República? Pues depende. Hoy la figura del rey es meramente representativa y poco valor se le da, por no mencionar el respeto. Claro que de valores andamos algo escasos en España. Por su parte, una república con el plantel político del que disponemos, se me abren las carnes hasta morir.
Piensa solo unos segundos el tiempo que necesitamos para elegir presidente del Gobierno (varias veces nos hicieron votar, como si fuéramos ineptos que no entendiésemos el procedimiento electoral).
Ahora imagina la agonía que debe ser decidir un presidente de la República. No sé a ti, pero a mí me da mucho miedo. No está el horno para bollos y al final tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando.
Al final, creo que debemos aprender de la Historia. Si son dos las opciones y a lo largo de todos los años que llevamos contando y estudiando lo que pasó, solo ha habido dos repúblicas, quizá no sea la mejor opción. No sé, digo yo, pero para gustos los colores.
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Para conocer un poquito más cómo fue el final de la monarquía alfonsina y comprender por qué se gestó la república de Azaña, te invito a leer mi novela En los ojos del rey. Aquí tienes la versión Kindle.