Batalla del Ebro

Batalla del Ebro

Para hablar de la batalla del Ebro nos ponemos serios, porque de todas las contiendas y años que duró la Guerra Civil, la del Ebro fue la más dura. A partir de este momento, tú decides si seguir leyendo o si prefieres escucharlo como podcast en YouTube pinchando aquí o en Spotify pinchando aquí.

Si me sigues habitualmente, sabrás que detesto que se frivolice o se emplee este periodo tan triste de nuestra historia en beneficio político. Porque cuando de verdad se es consciente de la barbarie tan terrible, sólo los necios carentes de sentimiento pueden emplearla como herramienta política.

Hace un par de semanas hablábamos de la quinta del biberón, una leva de niños que se vio obligada a combatir durante la Guerra Civil española en el bando republicano. Y hoy, desarrollamos lo más destacable de la batalla del Ebro en la que participó esta leva y tantísimas otras personas más convirtiéndose, por tanto, en la batalla en la que más pérdidas humanas hubo.

En el Ebro se libró la lucha más larga, sangrienta y con más participantes de nuestra Guerra Civil. A veces, tenemos tan interiorizadas las palabras que se nos escapa el verdadero significado de ellas, es decir, se han vaciado de sentido. Por eso, quiero hacer una pausa para recordar lo que quieren decir y tomar así conciencia.

Cuando hablamos de guerra civil, pronunciamos dos palabras, pero hay que tener en cuenta que son tres las que hay que analizar. La primera palabra ‘guerra’ es una lucha armada en la que se libran diversas batallas; si es civil, entonces luchan bandos de una misma nación. Y la tercera palabra, amigos es esta: nación, es decir, personas de un mismo origen étnico que comparten vínculos históricos, culturales, religiosos… y que tienen conciencia de pertenecer a un mismo pueblo. Esto se traduce en el enfrentamiento de miembros de una misma familia, de amigos, de vecinos.

Dicho esto, la batalla del Ebro, además, supuso el duelo decisivo porque con esta contienda se decidió el final de una guerra.

Hay una cosa muy clara y es que hasta que no se entienda en su plenitud la Guerra Civil no se superará. Esto es una realidad que quienes hemos tenido la gran suerte de no vivir tenemos la obligación de no agitar, que lo que vino después fue igual de terrorífico, sin duda. Pero cuando se mira desde fuera sin el rencor que ofrece la perspectiva del tiempo y, por supuesto, sin colores políticos, se puede comprender que todos lo hicieron mal. Que lo que vino después no fue más que la consecuencia de los errores del pasado.

Es fundamental que entendamos de una vez por todas que las guerras no son de utilidad. Las personas disponemos de infinidad de recursos antes de tirar de las armas, más aún entre hermanos.

En el caso de la que nos atañe a los españoles y por la que se avergonzaron quienes sobrevivieron a ella, los que venimos detrás debemos ser capaces de archivarla en la memoria de la historia como hacemos con otros tantos hechos históricos. Esto no quiere decir que se olvide o menosprecie, todo lo contrario. Que, al menos, haya servido el error para enseñar a las generaciones venideras lo que está mal y bajo ningún concepto se debe repetir. Si de verdad importa el sufrimiento humano, no se remueve el hedor ni el dolor ni se hurga en heridas que no son propias.

Esto sólo ocurre cuando se pretende el interés propio a costa del dolor ajeno. Y entender esta guerra implica aceptar que nadie ganó, que perdieron todos, que la mejor palabra que define este periodo es tristeza. Que como cualquier guerra fue un error, insisto, pero en este caso en mayúsculas, pues enfrentó a hermanos que se mataron por pensar diferente.

La batalla del Ebro fue la más larga de todas, comenzó el 25 de julio y terminó el 16 de noviembre de 1938.

El enfrentamiento en el que más personas participaron y, por tanto, en el que más murieron.

España, un país dividido en dos bandos en el que los compatriotas no dudaron en dispararse los unos a los otros por pensar diferente, por desear un modo de vida distinto. Esto los llevó a enfrentarse en el cauce bajo del valle del Ebro entre Tarragona y Zaragoza.

Esta batalla se originó como una maniobra para retrasar el final de la guerra y dar tiempo a que se desencadenara la Segunda Guerra Mundial con la esperanza por parte de la República de obtener el apoyo de las potencias occidentales europeas.  

El bando franquista, el sublevado, tenía al general Yagüe al frente con sus tropas marroquíes (los conocidos como moros de Franco).

El ejército republicano venía desgastado de la batalla de Teruel. Esta batalla fue la última esperanza de la República frente a las tropas franquistas que avanzaban seguras con su gran armamento y tan disciplinadas militarmente. El presidente Negrín y el jefe del Estado Mayor, el general Vicente Rojo, vieron en esta contienda el último reducto para no perder la guerra, pero fueron derrotados. Aunque Negrín y los comunistas intentaron prolongarla, el pueblo estaba cansado de tanta lucha e incluso hubo quien intentó una paz acordada con Franco.

La del Ebro fue una batalla que se saldó con ¡veinte mil muertos! y más de setenta mil heridos de ambos bandos.

Para algunos historiadores como Losada o Cardona, esta batalla fue innecesaria en tanto en cuanto la República ya estaba derrotada tras la caída de Asturias y no fue más que una batalla política, algo que continua siendo todo este periodo hasta que comenzó la Democracia (esto lo digo yo). Además, había sufrido previamente dos reveses; por un lado, Stalin temió quedarse aislado y se acercó a Hitler, lo que redujo el envío de armas. Por otro, el pacto de no intervención de las potencias europeas que dejaron de enviar hombres. Mientras tanto, Franco se sigue armando gracias a Italia y Alemania.

Lo de siempre, ¿hubo buenos y malos? Por descontado que no. Esto es algo que la perspectiva temporal debe aportarnos y que debemos ser capaces de comprender. Está claro que cada bando (en concreto los dirigentes que estaban al mando) miraba hacia su propio ombligo. Los republicanos tendieron a la batalla política y los nacionales a destrozar al contrario con su superioridad. A ninguno les importó las pérdidas humanas, ni tan siquiera las de su propio bando.

Esta es la única realidad de la batalla del Ebro. Una batalla por la que sólo podemos sentir tristeza y vergüenza, pero sobre todo de la que debemos aprender. A ver si entendemos de una vez por todas que no hubo vencedores ni vencidos, que fue un desastre, un error y que todos perdieron. Si hoy hay una forma de honrar a todos lo que participaron en esta batalla no es otra que respetar la historia aprendiendo de ella.

Hasta aquí la batalla del Ebro, una batalla encarnizada en la que murieron hombres a manos de sus propios amigos y familiares. Y esta es la única realidad.

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