Comer barro

Comer barro

El título del artículo de esta semana es tan sorprendente como llamativo. Y es que comer barro no es habitual en nuestra sociedad, pero hubo una época en la que sí lo era dentro de las altas esferas sociales.

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Comer barro era una moda aristocrática en el Siglo de Oro. Mientras ellos comían a cuerpo de rey, ellas ingerían barro.

No te engaño, en la España del siglo XVII se llevaba entre las mujeres de la corte comer barro cocido, lo que hoy se conoce como bucarofagia, un término que acuñó la investigadora de arte Natacha Seseña para denominar a esta práctica.

¿Quieres saber cómo lo tomaban? No se hacía en sopa ni tampoco se trataba de un condimento. El barro se comía en búcaros, unas vasijas pequeñas de barro. Estos recipientes eran perfectos para aromatizar y perfumar el agua que se conservaba fresca a modo de botijo. Cuando las damas se la bebían entonces empezaban a comerse el recipiente a mordisquitos y lo masticaban hasta hacerlo polvo. Como ves, eso de las aguas aromatizadas o de sabores que encuentras hoy en los supermercados, no son nuevas. Todo está inventado.

No valía cualquier barro, los mejores eran los de Extremoz en Portugal y el de México porque eran más fáciles de masticar.

Tampoco hace falta que te diga que no es comestible el barro y que tiene efectos nocivos para la salud. Entonces, ¿por qué ingerían estas vasijas de barro?

Los motivos eran varios, pero vamos a verlos por partes.

En la época, otra de las modas, esta vez estética, estaba relacionada con la blancura de la piel. Esto respondía a una distinción social, es decir, a piel más blanca, mayor clase social. Las mujeres que trabajaban al aire libre recibían de forma directa los rayos del sol y, por tanto, lucían más color; lo que hoy buscamos todas.

Así que las damas de la aristocracia se cuidaban mucho para poseer una piel bien blanca. Para ello se protegían con sombrillas durante los paseos, pero como esto no era suficiente, a algún iluminado o iluminada se le ocurrió la idea de los búcaros. Efectivamente, surtía efecto, pero a costa de la salud, porque el barro se adhería a las paredes del intestino haciendo de barrera al hierro. Vamos, que estaban blancas por culpa de la anemia. Y lo mismo que ocurría con el hierro pasaba con otros nutrientes, por eso lucían delgadas. Te podrás imaginar la de señoras adictas a comer barro.

Por otro lado, ingerían esta arcilla a modo de anticonceptivo. Esta práctica, como supondrás, afectaba a todo el cuerpo, lo que incluía a la menstruación. Ésta tendía a desaparecer. Sin embargo, el desconocimiento era tal que también se empleaba por todo lo contrario, es decir, como método conceptivo. Llegados a este punto cabe preguntarse cómo no ha desaparecido por extinción la monarquía, porque entre que se reproducían entre familiares y las comilonas de barro…

Aún hay más, no pienses que esto acaba aquí, ya que esta práctica también provocaba efectos narcóticos con su consecuente dependencia. Esto se debía a que poco a poco se iban envenenando por la ingesta de arsénico, plomo y otros metales presentes en la arcilla y pinturas.

En muchas ocasiones les producía oclusión intestinal o problemas hepáticos que tenían como resultado la muerte.

A partir del siglo XIX esta costumbre desapareció. Pero, cuidado, no te escandalices con esto, porque entonces no hacían nada que hoy no se haga. En la actualidad, no comemos barro, pero sí que contamos con otro tipo de drogas y acciones tan peligrosas o más que las de antaño. Lo nuestro es peor, porque la información de la que disponemos ahora no se parece ni de lejos a la de hace cuatro siglos.

¿Cuál era la cantidad diaria de barro que comían?

Lo normal era una jarrita al día, que tampoco debería ser fácil tragarte todo ese barro en forma de polvo.

La bucarofagia era algo tan habitual como conocido. De ella dejaron constancia pintores y escritores. Te pongo los ejemplos más llamativos o importantes.

En «Las Meninas» de Velázquez vemos a la infanta Margarita sostener en la mano un búcaro de color rojo brillante. Se decía que ella lo empleaba para controlar las abundantes menstruaciones.

Y en los bodegones de la pintura barroca tampoco faltaron los búcaros.

En literatura encontramos diferentes referencias a eso de comer barro. Así, por ejemplo, Góngora dice: «Que la de color quebrado culpe al barro colorado bien puede ser mas que no entendamos todos que aquestos barros son lodos, no puede ser».

Lope de Vega incluso dedica una obra a este tema titulada «El acero de Madrid». Dice así: «Niña del color quebrado, o tienes amor o comes barro. Niña, que al salir el alba dorándolos verdes prados, esmaltan el de Madrid de jazmines tus pies blancos; tú, que vives sin color, y no vives sin cuidado, o tienes amor, o comes barro».

Hasta aquí el paseo por la historia de esta semana. ¿Habías oído hablar de esta práctica?

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