Había una vez una infanta

Había una vez una infanta

Había una vez una infanta que abrió caminos. O eso se esperaba. Esta infanta se llamaba Eulalia y nació en el siglo XIX.

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En la actualidad, dos siglos más tarde, los hay que se rasgaron las vestiduras cuando otra infanta comunicó el cese temporal de la convivencia con su marido. La infanta de nuestra época se llama Elena.

Sorprende que hoy se proceda de manera más retrógrada que antaño, porque eso de «cese temporal» no era más que un eufemismo de separación y consecuente divorcio.

Para desgracia de los periodistas cortesanos que aún ejercen hoy, la infanta Elena no ha hecho nada que no hiciera ya otra. Esto es parecido a lo que hablamos una vez con respecto al exilio, si no sabes a lo que me refiero, ve a este artículo en el que te hablo de los Borbones y el exilio.

Había una vez una infanta que en el año 1930 dijo ¡basta! Ella era la infanta más rebelde, desbocada y consentida. No pudo más con su matrimonio y se marchó a Francia a vivir con su madre Isabel II. Recordemos que allí se instaló cuando la echaron de España tras la Gloriosa. Vamos, que estaba exiliada.

Esta es la historia de una infanta que se llamaba Eulalia de Borbón, la infanta con el carácter más progresista y feminista que se hartó de su marido y lo dejó. Como idea está bien esto, pero vamos a ver qué pasó.

Hay quien sostiene que la forma de ser de esta infanta responde a la educación que recibió en Francia donde vivía exiliada por culpa de su madre, toda una liberal nada dada a las normas y límites y, además, en colegios, lo que no era habitual en niñas de su condición social en la época. En realidad, esto carece de sentido puesto que fue igual a la de sus hermanas Pilar y Paz que en nada se parecían a ella.

De lo que no hay duda es del carácter catastrofista de su vida. Escucha con atención, porque los Borbones tienden a complicarse la vida y si no estás atento, te perderás.

Eulalia se casó con su primo hermano, Antonio de Orleans y Borbón. Éste, a su vez, era hermano de la primera esposa del rey Alfonso XII, hermano de Eulalia. Es decir, dos hermanos que se casan con sus dos primos que también son hermanos. Un lío, por eso te decía que tenías que estar atento.

La hermana del marido de Eulalia, es decir, la reina, se murió a los cinco meses de la boda. Como el rey necesitaba un heredero, estaba en la obligación de casarse de nuevo, pese a que no quería, porque seguía enamorado hasta las trancas de su difunta prima y esposa Mercedes.

Aun así, se barajó la posibilidad de contraer un nuevo matrimonio esta vez con una hermana de Mercedes y de Antonio, Cristina de Orleans y Borbón, que también murió, pero antes de casarse.

Varios años más tarde, llega Eulalia y se casa con el hermano de estas dos difuntas como deber de Estado. Vamos, que al parecer le hizo una promesa en el lecho de muerte a su hermano Alfonso XII. No sé yo.

La boda de esta pareja, que recordemos que no fue por amor, empezó mal y ya sabemos que lo que mal empieza mal acaba.

Se casaron unos meses después de la muerte del rey, así que los novios vestían de negro en lo que fue un enlace oscuro, fúnebre. Nada festivo, en definitiva. Como resultado, el matrimonio de estos primos terminó como el rosario de la Aurora, pero no porque Eulalia sacara de paseo su fuerte carácter, sino porque no consintió los desplantes de su marido.

Digamos que nació en la familia equivocada, pues teniendo en cuenta su condición de infanta, de ella se esperaba un aguante y una discreción a la que no estaba dispuesta.

Se le pidió una separación disimulada, discreción, que no diera que hablar y le pusieron de ejemplo a sus padres. Su madre, Isabel II, se caracterizaba por muchas cosas, pero discreta, no sé yo si es la palabra. Imagino que se refería a que no hubo divorcio.

No contaron con un pequeño detalle: Eulalia se hizo escritora. ¡Ay, las escritoras lo que largamos! En el caso de Eulalia, lo más grande.

Decidió escribir sus memorias que después prohibió su sobrino Alfonso XIII, pero toda la aristocracia contaba con un ejemplar en sus bibliotecas. Así es como conocemos por la pluma de la propia protagonista los motivos que la llevaron a divorciarse de su marido.

¡Lo que le gustaría a más de uno que a Elena le hubiera dado también por escribir!

Uno de los motivos de este divorcio fue que estaba hasta la peineta de las infidelidades como ella misma escribió: «Mi marido tenía su enorme fortuna comprometida con sus excentricidades, sus lujos rumbosos, sus regalos llamativos y sus aventuras». No tuvo reparos en reconocer que «Todo lo había calculado con una frialdad que me dejaba asombrada a mí misma», una frase que no deja lugar a la imaginación de cómo era esta mujer.

Una vez tomada la decisión de la separación, intentó que fuera lo que hoy conocemos de mutuo acuerdo para evitar un escándalo como su familia le había solicitado. Sin embargo, Antonio, a quien Eulalia le importaba lo justo, no deseaba la separación porque lo que le interesaba era su dinero.

Lo que hizo fue difamar a su esposa y ésta más tarde no tuvo reparo en contarlo: «Mi marido hizo el triste papel de agraviar públicamente a una infanta de España que, indefensa y sola, dejó subir la marea cuanto quisieron elevarla bajas pasiones, envidias, venganzas o interesadas maquinaciones».

Había una vez una infanta con una historia fascinante, porque nos llega gracias a la propia protagonista. Su familia real, es decir, su sobrino el rey y su esposa, no le puso las cosas fáciles importando más el qué dirán que su bienestar.

Así lo explicó ella: «Los Borbón, irritados por mi desobediencia, trataban de dominarme por el temor. En España, una separación matrimonial suponía un escándalo, algo que ponía los pelos de punta a las honestas damas, que se hacían cruces». «La familia real no podía ver con buenos ojos que una infanta fuera motivo de murmurares, comentarios, de que se la señalara, y se temía que mi actitud pudiera servir de ejemplo a muchas mujeres». Explica que por esta razón dejó España y se refugió en casa de su madre donde se sentía protegida y nadie la juzgaba.

En consecuencia, también gracias a formar parte de esta familia lo tuvo más fácil para firmar la separación y recuperar su dinero. Su madre movió los hilos de sus contactos y en el consulado español de París, junto a ella y su abogado firmó los papeles de la separación con el embajador como testigo.

Vuelve a sonarte algo la música, ¿no es cierto? Son tantas las similitudes entre la infanta de 1930 y la de 2009 que resulta increíble que casi ochenta años después, los prejuicios se mantengan.

Pese a los puntos en común, hay que destacar una gran diferencia y es que mientras Eulalia era sobrina de rey, Elena era hija. Salvo por ese detalle, ambas separaciones, que no los motivos, discurrieron en paralelo.

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