Hitler era drogadicto

Hitler era drogadicto

De la II Guerra Mundial se han escrito infinidad de páginas, es más, parece que todo está ya dicho. Pero llega la editorial Crítica en octubre de 2016 y publica «El gran delirio» donde su autor nos demuestra que Hitler era drogadicto.

Norman Ohler, el autor, asegura que Hitler era «un adicto consumado cuyas venas estaban casi colapsadas para cuando se retiró al último de sus búnkers».

Los años posteriores a la I Guerra Mundial fueron especialmente cruentos en Alemania marcados por la escasez y el conflicto social.

El país germano se convierte en la capital mundial de los narcóticos, en parte, gracias a la ausencia de leyes contra el abuso de sustancias. Alemania no sólo produce entonces el 80% de la cocaína refinada del mundo, sino que comercializa con las anfetaminas o el LSD.

Hasta que, en 1933, los nazis llegan al poder y una de las tareas que pretenden llevar a cabo es la purificación del país de todo lo nocivo impulsando así una legislación antidroga que envió a numerosos adictos y traficantes a los campos de concentración. También prohibieron el tabaco. Esto te lo contaba en este otro artículo.

Claro que esto no iba con ellos, los demás debían cumplir unas normas de las que los principales dirigentes estaban exentos. El consumo de estupefacientes no desapareció por completo, simplemente quedó oculto. Eran varios los nazis en el poder adictos en secreto. Por ejemplo, Göring, el segundo hombre más importante del Reich, apodado Möring por su desmesurada afición a la morfina.

Sin embargo, mientras que por un lado prohibían, por otro, las extendían. Este es el caso de la metanfetamina que la empleaban en guerras de expansión. Comercializada como pastillas llamadas Pervitin permitía a los soldados combatir durante días sin comer, dormir ni descansar.

Teniendo en cuenta esta contextualización, te explico por qué Hitler era drogadicto.

Parece ser que el Führer, que padecía problemas estomacales, se puso en manos del doctor Morell. Este era un médico especialista en recetar esteroides y sustancias psicoactivas extraídas de órganos animales.

Según Ohler, la relación de Hitler con las drogas se puede establecer en tres etapas.

La primera, de 1936 a 1941, cuando Hitler tomaba vitaminas y glucosa. En 1936 conoce a Theodore Morell, quien se convirtió en su médico personal, y lo introduce en el mundo de las drogas.

La segunda etapa comenzó en otoño de 1941 cuando la guerra contra Rusia comenzó a ir mal.

«Hitler empezó a tomar hormonas, esteroides y barbitúricos. Le inyectaban hormonas de animales, incluyendo cerdos, y al parecer funcionaron» dice Ohler.

La tercera etapa, es cuando comienza con las drogas duras en 1943.

Atendiendo a las notas tomadas por Morell y a las que tuvo acceso Ohler, queda claro que el médico le dio a Hitler un total de 800 inyecciones durante un período de 1349 días.

En palabras del autor de El gran delirio «En julio de 1943 tuvo una reunión decisiva con Mussolini, que quería abandonar a las Potencias del Eje, y Hitler estaba muy deprimido por eso. Ese día Morell usó por primera vez una droga llamada Eukodal, un analgésico opioide semisintético, un primo farmacológico de la heroína, pero que producía un efecto de euforia mucho más potente».

Esta droga la acompañaba con las comidas y también antes de reuniones importantes. De modo que pasaba de la euforia más absoluta al bajón que lo hundía y le impedía reaccionar. Esto dio lugar a la paralización de operaciones militares.

En la entrevista que Ohler concedió a la BBC, afirma:

«Después de una inyección de Eukodal Hitler se sintió extremadamente bien y hay informes de que estaba tan eufórico y no paraba de hablar en esa reunión que logró convencer a Mussolini de que permaneciera apoyando a Alemania».

En sus investigaciones previas a la redacción del libro que estamos analizando, Ohler encontró también evidencia de que Hitler había tomado cocaína en por lo menos quince ocasiones.

Dice: «Había ocasiones en que tomaba cocaína y Eukodal en un período de pocas horas, lo que en jerga de la droga se llama Speedball».

Queda claro que Hitler era drogadicto, que con tales cantidades de droga recorriendo su cuerpo su carácter y personalidad se vieron afectadas. Era víctima de estados de euforia en los que perdía el contacto con la realidad que le hacían tomar decisiones funestas. Solo hay que tener en cuenta su postura ante la operación Barbarroja o la obsesión con Stalingrado que lo llevaron a perder la guerra.

Hacia 1944 el Eukodal dejó de hacerle efecto, tan somatizado lo tenía que le pidió a su médico algo más fuerte, adentrándose en el mundo de las anfetaminas. Esta sustancia le provocó diversos efectos visibles como temblores en las manos debido a la degeneración del sistema nervioso. Hasta tal punto llegó su deterioro que uno de sus generales dijo de él que tras una de las reuniones a las que asistió se había encontrado con «una figura pálida, de rostro hundido, derrumbada en su silla, que escondía tras la espalda su tembloroso brazo izquierdo».

Lejos de la figura que fue, encorvado y sin dientes con un aspecto lamentable, Hitler decidió acabar con su vida el 17 de abril de 1955 ingiriendo una pastilla de cianuro antes de dispararse el cráneo.

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