La devoción canina de Hitler

Adolf Hitler tuvo una relación paradójica con los animales, especialmente con los perros. Algo que resulta llamativo si tenemos en cuenta la brutalidad que ejerció sobre millones de seres humanos durante su régimen. La devoción canina de Hitler no solo revela aspectos psicológicos del líder nazi, sino también cómo el Tercer Reich instrumentalizó la imagen de los animales para fines propagandísticos y de control ideológico.
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Hitler tuvo varios perros a lo largo de su vida, pero su favorita fue Blondi, una hembra de pastor alemán que le regaló Martin Bormann en 1941. Según testimonios de colaboradores como Albert Speer y su secretaria Traudl Junge, el afecto que le profesaba a sus mascotas era un tanto inusual si tenemos en cuenta la época, el carácter bélico del susodicho y las circunstancias. Por ejemplo, permitía que Blondi durmiera en su cama en el Führerbunker y pasaba horas entrenándola. Incluso durante los últimos días del régimen, cuando el Ejército Rojo cercaba Berlín, Hitler ordenó que Blondi y sus cinco cachorros fueran trasladados al búnker.
La devoción canina de Hitler comienza en su juventud. Durante la Primera Guerra Mundial, adoptó a Foxl, un terrier que lo acompañó en las trincheras. Según el biógrafo del dictador, el perro representaba para él la lealtad absoluta que exigía a sus subordinados. Más tarde, en la década de 1920, tuvo un pastor alemán llamado Prinz que escapó de su nuevo dueño para regresar con Hitler, un episodio que reforzó su obsesión por el control.
Pero los perros de Hitler no eran meras mascotas. A Blondi la utilizó como herramienta propagandística para proyectar una imagen de líder compasivo. Los nazis promovían a los pastores alemanes como perros primigenios, vinculándolos simbólicamente con los lobos y la pureza aria. Esta idealización formaba parte de una campaña más amplia: entre 1933 y 1945, el régimen implementó 12 leyes de protección animal, incluyendo la prohibición de la vivisección y métodos de sacrificio considerados inhumanos. Ahí lo llevas.
Sin embargo, estas medidas tenían un trasfondo ideológico. Como señala el historiador Boria Sax, los nazis asociaban el maltrato animal con grupos inferiores: las leyes contra el sacrificio kosher y halal servían para perseguir a judíos y musulmanes. Incluso en 1942, cuando el Holocausto estaba en marcha, se emitieron órdenes para ejecutar a las mascotas de familias judías deportadas. Mucho amor por los perritos, pero por los auténticos, por los arios. No todos tenían el mismo valor. Claro, si no lo tenían las personas…
Mientras Hitler acariciaba a Blondi, su régimen perpetraba atrocidades sin precedentes:
-Genocidio sistemático: seis millones de judíos, doscientos cincuenta mil romaníes y miles de personas homosexuales fueron exterminados.
-Experimentos médicos: en campos como Auschwitz sometieron a prisioneros a torturas disfrazadas de investigación científica.
-Eutanasia forzada: asesinaron a trescientas mil personas con discapacidades físicas o mentales bajo el programa Aktion T4.
-Trato a prisioneros de guerra: algo más de tres millones de soldados soviéticos murieron en cautiverio, muchos por inanición deliberada.
Este contraste se hizo particularmente macabro en abril de 1945. Un día antes de suicidarse, Hitler ordenó probar una cápsula de cianuro en Blondi para verificar su efectividad. Werner Haase aplastó el veneno en la boca del animal, que agonizó largo tiempo hasta fallecer. Horas después, el encargado de perros, Fritz Tornow, disparó a los cachorros de Blondi y a las mascotas de Eva Braun en el jardín de la Cancillería.
Los biógrafos coinciden en que la devoción canina de Hitler reflejaba su necesidad patológica de control. Como señaló Kershaw: «Los perros le ofrecían una lealtad incondicional, algo que nunca obtuvo de sus generales». Esta dinámica se extendía al aparato nazi: mientras protegían a los animales arios, deshumanizaban a sus víctimas comparándolas con plagas (ratas, parásitos) en discursos y propaganda.
El caso de los perros nazi ilustra cómo el régimen distorsionó los valores éticos. Como apunta Matthew Piper de la Universidad de Guelph, las leyes animalistas buscaban purificar el suelo alemán, equiparando a los animales con la naturaleza aria mientras excluían a humanos considerados indeseables. Esta lógica permitió crear un sistema donde se veneraba la vida animal mientras se industrializaba el asesinato humano.
Hoy, la devoción canina de Hitler plantea preguntas incómodas sobre la desconexión moral. Como escribió el filósofo David Livingstone Smith: «Deshumanizar al otro no es solo negar su humanidad, sino construir una realidad donde la crueldad se normaliza». Los perros del Führer, convertidos en cómplices involuntarios de su mito, siguen siendo un recordatorio de cómo las ideologías totalitarias manipulan hasta los vínculos más íntimos entre especies.
Otro dato curioso sobre este personaje histórico, lo puedes descubrir en el artículo titulado Hitler era drogadicto.
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