¿Mito o realidad?

¿Mito o realidad?

Repetir mucho una idea falsa no la convierte en verdad, pero sí que da pie a la leyenda. ¿Mito o realidad? El olor de Isabel I.

Me parece tremendo, a estas alturas de la película cuando el feminismo está en la cresta de la ola, hablar del olor de una mujer. Pero es que esto ha pasado con Isabel I, la reina Católica, a quien durante siglos la ha acompañado el estigma de su mal olor. Vamos que ha pasado a la historia como la Católica, aunque bien podría conocerse como la pestosa siendo una patraña. Mucho se ha hablado del olor de Isabel I de Castilla.

Lejos de esa imagen de desaseada que se nos ha transmitido, fue una mujer muy preocupada por su higiene personal.

Desde luego, esta hay que entenderla dentro de la época en la que vivió, hablamos del siglo XV, e imaginarás que el aseo de esa época distaba del actual.

¿A qué olía Isabel I?

No te voy a negar que en alguna ocasión oliese a sobaquina, que levante la mano quien nunca se haya visto ante tal incomodidad. Pero lo habitual es que los aromas que desprendiese fueran variados y agradables.

Como perfumes le gustaba el ámbar fino o el aceite de azahar. A modo de hidratante usaba el benjuí que era la resina de un árbol de los bosques tropicales del sudeste asiático, al que solo podían acceder nobles y el clero por su alto coste. ¡Su valor se llegó a equiparar al del oro! Pero aún hay más, porque también se aplicaba desodorante. El suyo era agua de murta.

Acorde con la época, todo muy natural, nada artificial ni químico.

Ah, otro aceite que también estaba en su tocador y que seguro que conoces es el de mosqueta. Ya sabes que este aceite se emplea para hidratar y regenerar la piel eliminando cicatrices, manchas o estrías. La reina no solo olía bien, al menos no mal, sino que se cuidaba la piel para evitar o quizá disimular las antiestéticas marcas que se dibujan en el cuerpo de la mujer con los embarazos. Tuvo siete hijos y probablemente ocho embarazos.

¿Y cómo sabemos estos detalles? Gracias a Sancho Paredes de Golfín, un funcionario de Isabel que llevaba un registro casi obsesivo de todo. Sancho fue camarero de la reina e hizo un inventario minucioso de todos sus enseres que recopiló en diez libros de cuentas.

ARCHIVO HISTÓRICO DE LA FUNDACIÓN TATIANA PÉREZ DE GUZMÁN EL BUENO

Otra leyenda que la acompañó es esa que asegura que prometió no lavarse ni cambiarse de camisa hasta que los cristianos conquistaran Granada. Según los historiadores, Isabel la Católica no hizo tal promesa, sino que fue Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II, quien pronunció el juramente y de modo simbólico cuando dijo que no se cambiaría la camisa hasta lograr pacificar Flandes. Otro mito.

Teniendo en cuenta las investigaciones de diferentes historiadores, la reina no solo era un mujer aseada que olía bien (al menos a productos naturales con los que se elaboraban cosméticos en la época), sino que vivía preocupada por la impresión que pudiera provocar su aspecto. Adoraba las joyas, le gustaba la ropa y poseía una gran cantidad de vestidos que se cambiaba con mucha frecuencia.

¿Mito o realidad? El olor de Isabel I ha quedado claro, hemos roto un mito de historia de España.

Isabel la Católica, además de aseada, fue una gran reina de una cultura exquisita. Puedes leer más sobre ella en este otro artículo.

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4 thoughts on “¿Mito o realidad?

  1. Me ha encantado ver que de forma documentada se pone fin a un mito que, como tantos otros, deja malparados a los protagonistas de nuestra historia; lo peor es la facilidad con que se dio credibilidad a esas “fake news”, haría falta que, como en la actualidad, algún organismo se dedicara a desmentirlos. Mientras al menos sigue tú, Sonia.

  2. Desde siempre me ha atraído la vida monárquica de todos los tiempos y culturas, ignorando si esta atracción es debido a mi inmortal espíritu.
    Gracias a estos apasionantes escritos de Sonia Martínez mis momentos de ocio se llenan de satisfacción descubriendo cosas que alegran mi corazón.
    Gracias Sonia. no dejes de iluminar nuestros conocimientos llenando de alegría nuestros vacíos momentos.
    Con honesta admiración, uno más que te lee con emoción.

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