Polvos de momia

Polvos de momia

El paseo por la historia a través de sus curiosidades nos lleva esta semana a hablar nuevamente de modas. Por supuesto, peligrosas. Ya sabes que aquí estamos para descubrir esas cositas interesantes y desconocidas de la historia que la hacen atractiva. Hoy te hablo de los polvos de momia.

Y es que los polvos de momia fueron un buen ejemplo de estas modas extravagantes durante siglos, porque los consideraban casi como una panacea. Como aquello de comer barro ¿recuerdas que servía para todo? Pues igual el polvo de momia que se decía que contaba con poder curativo para casi todos los males. Igual cicatrizaba úlceras, que reparaba los huesos rotos, que sanaba la epilepsia o acababa con el dolor de muelas.  

Vamos que machacar momias traía cuenta, porque era un remedio seguido por todo tipo de persona desde la clase más baja a la más alta, incluida la realeza, por supuesto.

Hasta tal punto que el rey francés Francisco I jamás salía de casa sin sus saquitos de polvo de momia.

En realidad, ni el barro ni las momias hechas polvo eran remedios médicos. En concreto, el que hoy nos ocupa no es más que el resultado de una confusión lingüística.

Verás, tenemos que remontarnos a la Antigüedad, momento en el que los persas comerciaban con betún. Ya sabes, ese líquido negro un tanto cremoso al que se le atribuían propiedades saludables. Y por qué digo lo de la confusión lingüística, porque en el idioma de los persas el betún se decía mummia.

Y cuando los mercaderes orientales se encontraron por primera vez con las momias egipcias no daban crédito. Creyeron que la suerte estaba de su lado, que los dioses habían puesto ante ellos la solución a la gran mayoría de sus males. Porque las momias estaban recubiertas de betún, de mummia. Pero no. Lejos de ello, lo que recubría el cuerpo de las momias no era más que la mezcla de unas resinas que permiten la momificación. Ciertamente, es un color y textura parecida al betún.

Y ahí tenemos el lío montado. Como la mummia tenía propiedades milagrosas para el cuerpo humano, pues lo que recubría el cuerpo de las momias también. El error, lejos de solventarse, fue creciendo hasta el punto de incluir a la momia entera. Parece ser que lo que la recubría no era suficiente o no tan efectivo (esto lo apunto yo a modo humorístico). De ahí, que las momias hechas polvo se creyera que poseían poderes curativos.

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La historia con su devenir, gracias a las cruzadas, se encargó de extender por la Europa cristiana estos beneficios.  

Llegados a este punto, imaginarás que las consecuencias a las que condujo este error lingüístico fueron de película de terror.

Estaba claro que el de las momias se había convertido en un negocio que merecía la pena, con el que lucrarse fácilmente por sus fabulosos efectos para cualquier problema, incluso estéticos. Por ejemplo, también rejuvenecía.

Como te decía, la facilidad por conseguir la materia prima del comienzo se truncó y los saqueadores de momias tuvieron que recurrir a la falsificación. Como ves, un mal que tampoco hemos inventado la generación del bollicao. Nadie quería quedarse sin el remedio, de modo que, al principio, se importaban auténticas momias egipcias y los escrúpulos no eran una opción. Esto dio lugar a situaciones extremadamente detestables como traficar con trozos de cadáver.

Hubo comerciantes que momificaron cuerpos de esclavos, cadáveres abandonados o personas ajusticiadas, para vender a los boticarios de la época el producto deseado. Hasta tal punto que conseguían una calidad asombrosa y cuando se comenzó a realizar pruebas de rayos X a las momias se descubrió que algunos museos exhibían en sus vitrinas falsas momias egipcias.

Desde el siglo XII que comenzó esta práctica, no fue hasta el Renacimiento, gracias al interés por la ciencia, cuando se descubrió el pastel. Vamos, que descubrieron que lo que se venía haciendo desde siglos atrás no era más que una locura carente de beneficios. El cirujano francés Ambroise Paré fue uno de los primeros en arremeter contra los polvos de momia. Algún tiempo después haría lo propio el padre Feijoo, un monje benedictino. Aún así, en el siglo XVIII todavía se podía encontrar este remedio para todo en algunas reboticas pese a saberse ya que no eran más que falsificaciones inservibles.

Tanto tiempo haciendo uso de las momias, llegados a este punto, se negaban a dejarlas disfrutar de su descanso eterno y encontraron otros fines. Al mezclarse con disolventes y resinas se convertían en un pigmento color marrón insuperable. Nacía un nuevo negocio. Los pintores del siglo XVIII bautizaron a este nuevo pigmento con el nombre de marrón de momia.

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