Sangre azul

Sangre azul

Las princesas de rosa y los príncipes de azul, así nos llega el cuento a través de la tradición popular. Y también, la idea de que la realeza tenga sangre azul, pero ¿por qué semejante distinción sanguínea?

Vamos a descubrirlo en el paseo por la historia a través de sus curiosidades de esta semana.

Para empezar, te diré que la sangre azul existe. No sólo es cosas de reyes, tú también puedes tenerla sin pertenecer a la aristocracia ni al alto abolengo. Aunque, créeme que no querrías.

Sangre azul es un término utilizado internacionalmente, sobre todo en Occidente, para designar a aquellas personas descendientes o pertenecientes a familias nobles, reales o aristocráticas.

Fundamentalmente, comienza a aparecer en la Edad Media relacionado con el tono de la piel.

En alguna ocasión ya hemos hablado de esta moda que se hizo muy popular en el siglo de oro español y causó graves problemas a las mujeres que se obsesionaron con la blancura de su piel. Por ejemplo, te hablé de que llegaban a comer barro para obtener una piel blanca, que, como es evidente, conseguían porque enfermaban. Puedes escuchar el pódcast aquí o leerlo en este otro enlace como artículo. Es realmente curioso e interesante.

La moda entonces residía en todo lo contrario a hoy: el moreno no se llevaba. Esto era muy simple, las personas privilegiadas no hacían trabajos al sol y siempre se protegían de este. Por tanto, su piel era tan blanca que a través de ella se podía apreciar con claridad el tono azulado de las venas. Algo de lo que no podía presumir la clase trabajadora cuyo tono oscuro de piel delataba las largas jornadas de trabajo bajo los rayos del sol.

Pero, a pesar de que el color de su piel pudiera ser diferente, el de su sangre era el mismo. No tenían una sangre distinta o azul por ser de un nivel social superior.

Por tanto, esta blancura con la que se distinguía la realeza hacía que las venas de sus brazos resaltaran por su color azul. En un tiempo oscurantista, donde la explicación del mundo no la tenía la ciencia ni el conocimiento, sino el monarca como delegado de Dios, una vena azul era la comprobación de una pertenencia, de un privilegio y de un linaje, es decir, de un título nobiliario. Por las venas de la realeza corría sangre azul.

Sin embargo, como te decía al principio, tú también puedes tener sangre azul, porque la sangre con tonalidad azulada existe, y cualquier persona puede tenerla. Ahora bien, nada tiene que ver con el linaje.

A grandes rasgos y sin profundizar en temas biológicos, sabemos que la sangre es roja por la hemoglobina (proteína del interior de los glóbulos rojos), que se encarga de transportar el oxígeno a los tejidos y órganos del cuerpo. Así pues, las personas de las que se dice que tienen la sangre azul es debido a que poseen un tipo de hemoglobina, que, por distintas causas, no transporta igual de bien el oxígeno. Eso provoca que su sangre y partes del cuerpo se vuelvan azuladas, sobre todo las manos, los pies, o la boca; lo que se conoce como cianosis.

Ahora bien, ¿por qué se le adjudica a la realeza la sangre azul? Esta relación tiene que ver con la endogamia, una realidad muy alejada del romanticismo popular. Y es que las familias reales se caracterizaban por esa práctica a la que eran tan dados de reproducirse entre sí con el fin de que las posesiones que tenían siguiesen estando en poder de la misma familia. Una endogamia que obligatoriamente desencadenaba problemas de sangre.

En la realeza, los matrimonios ya sabemos que respondían a alianzas políticas. La consanguineidad era algo en lo que no reparaban mientras alcanzaran el poder. De ahí que también hablemos de la maldición de la sangre azul.

Se dice que la endogamia fue la responsable de la extinción de los Austrias.

El informe que redactó el médico forense responsable de examinar el cadáver de Carlos II es, como mínimo, escalofriante: «No tenía ni una sola gota de sangre; el corazón apareció del tamaño de un grano de pimienta; los pulmones, corroídos; los intestinos, putrefactos y gangrenados; tenía un solo testículo negro como el carbón; y la cabeza, llena de agua». «Su coeficiente de consanguinidad era muy alto, del 25 por ciento, el mismo que si hubiera sido concebido mediante incesto».

El sobrenombre de Carlos II, el Hechizado, se debía a que además del prognatismo presentaba problemas mentales y un leve retraso: no aprendió a hablar hasta los cuatro años y a caminar hasta los ocho, y ya como adulto, se dice que su discurso era pobre y difícil de comprender.

Además, el monarca era estéril, probablemente debido al síndrome de Klinefelter, una alteración cromosómica caracterizada por la presencia en varones de dos cromosomas X y un Y (47, XXY), en vez de un solo cromosoma X y un Y (46, XY).

La Casa de Austria en España terminó de forma abrupta en 1700. Carlos II murió sin descendencia a los 38 años, lo que provocó un grave conflicto sucesorio en la monarquía hispánica desembocando en la Guerra de Sucesión.

Y otro ejemplo de consanguinidad lo tenemos en la herencia que nos dejaron los ingleses: la hemofilia. Esa enfermedad de la sangre que impide la coagulación y que portan las mujeres, pero desarrollan los hombres. Un mal mucho más próximo en el tiempo, pues fue una realidad que terminó en el reinado de Alfonso XIII.

Sin ninguna duda, la sangre azul es una maldición para las casas reales y un problema para el común de los mortales.

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