Diario de un amor confinado (IV)
Hoy última entrega de Diario de un amor confinado.
Puedes empezar a leer la novela pinchando en los siguientes enlaces:
Diario de un amor confinado (I)
Diario de un amor confinado (II)
Diario de un amor confinado (III)
Me he levantado temprano para buscar recetas de cocina saludable en internet. Mi desayuno de hoy: tostadas de pan integral con queso fresco y aguacate, zumo de naranja recién exprimido y café bien cargado.
Antes de que dieran las diez de la mañana y abrieran las puertas del Gastamenos, ya estaba yo haciendo cola. De pronto, mi corazón se aceleró por su presencia, el olor de su perfume invadió mi perímetro de seguridad. Ahí estaba él, con sus vaqueros perfectos y cazadora motera. Acababa de alegrarme el día.
Maldigo mi pereza. ¿Por qué no tendré yo un perro? Sería una excusa perfecta para vernos, porque Max cada día saca a Boli, su Beagle, de paseo y puede hacerlo hasta ¡tres veces al día!
Como todos los jueves hemos quedado las chicas para tomar unas cervezas y aunque no podemos salir, nos hemos arreglado. He estrenado un vestido blanco adquirido en mi última compra en una tienda física antes del confinamiento y me queda espectacular.
Los datos comienzan a ser preocupantes:169 fallecidos.
¿Cuántas personas habrán perdido hoy, día de San José, a su padre? Puedo imaginar cómo es vivir esa crudeza sin poder tomarlo de la mano, sin poder despedirte, darle el último beso y acompañarlo en su último aliento. Quienes hemos perdido a un padre podemos empatizar a la perfección con los que están viviendo esta pesadilla.
Ha sido una noche larga. No solo por lo tarde que se nos hizo ayer charlando y bebiendo en la distancia, lo cual no deja de ser llamativo, porque fue como si estuviéramos las cinco en la mesa del Money Peny un jueves cualquiera a.c. (nada que ver con el cristianismo que ni practico ni profeso. Con estas iniciales me refiero a antes del confinamiento). Cuando a las cuatro de la madrugada decidimos desconectarnos, me metí en la cama y no dejé de dar vueltas hasta esta mañana a las ocho que, cansada, me he levantado.
Si no he podido dormir ha sido porque mi mente ha estado velando a todos los padres que se marcharon ayer en su día y lo hicieron solos, en silencio, sin hacer ruido ni molestar. Quizá se fueron con miedo, con algo o mucho que decir a sus hijos, con la necesidad de expresar un último sentimiento, dar un consejo de última hora. Yo no soy creyente, pero sí lo son la mayor parte de los abuelos, esos que estos días se van de la manera más triste. Me pregunto si se habrán ido en paz, es decir, si habrán tenido a un cura cerca que les diera la extremaunción que, estoy segura, habrán ansiado.
También he acompañado mentalmente a todas esas familias, a esos hijos que no solo no han podido despedirse, sino que tampoco han tenido la oportunidad de recibir el consuelo de una madre, de un hermano, de un amigo. En consecuencia, no les ha sido posible darlo. Vivir todo este trago en la más absoluta soledad es duro, créeme, sé de lo que hablo.
Mis padres murieron en un accidente de coche hace ocho años. Tampoco yo pude despedirme de ellos, llegaron sin vida al hospital, pero sí les pude dar el último beso. Hoy tendrían setenta y cinco años, así que la parte positiva es que no tengo de quién preocuparme en esta crisis, porque hubieran pertenecido al colectivo más vulnerable. Además, mi padre era hipertenso y había sufrido dos infartos el año antes de morir. Él que pensaba que era más listo que la muerte, al final lo sorprendió en forma de joven borracho y drogado.
Hoy necesitaré café en vena. Tampoco veré a Max hasta el lunes. Día para borrar.
Anoche dormí a pierna suelta, el cansancio pudo conmigo. Como es sábado, hemos vuelto a quedar las chicas menos Mara que está de guardia. Son las tres de la mañana, pero no me dormiré hasta que no termine de escribir la última palabra de nuestra conversación. Ya sabes, sábado sabadete…
—Chicas, a ver, no me voy a andar con rodeos, así que voy directa al grano. Vamos a hacer un brainstorming sobre nuestras prácticas sexuales. Todas estamos haciendo algo, eso es evidente, solo hay que vernos las caras que tenemos y lo bien que estamos llevando este encierro —soltó sin más saludo Raquel.
Las risas pudieron oírse en Murcia.
—Esperad, vamos a terminar esa botella de vino que nos abrimos ayer. Esta noche promete —dijo Paz—. Nenas, brindemos por el sexo.
Nos acercamos a la pantalla de los teléfonos cada una con nuestra copa.
—Está bien —dijo Paz—. Para empezar, os diré que el sexo está sobrevalorado.
—Venga allá, no digas tonterías tía —la cortó Silvia—. El sexo es lo más importante en una relación, si eso no funciona, no lo hará nada.
—El cerebro es la primera herramienta sexual. Todo está en tu cabeza. Claro que es importante, pero hay más cosas y, sobre todo, podemos encontrar mucho más placer si usamos bien nuestro cerebro —replicó Paz.
—Yo estoy flipando con el sexting —irrumpió Raquel en la batalla dialéctica entre Silvia y Paz —. Nunca pensé que me haría fotos y vídeos con el móvil y me excitara enviarlos, la verdad.
—¿A quién se los envías, tía? —pregunté sorprendida. Debo reconocer que estaba descubriendo cosas que en mi vida había oído y ni mucho menos hecho.
—Pues a Juan, ¿a quién va a ser? El chico al que conocí en el Money el sábado a.c. motivo por el cual no hemos llegado nunca a acostarnos, porque a intimar te digo que intimas con esta práctica. Conozco ya cada lunar de su cuerpo.
—Chata, ten cuidado. No lo conoces y no sabes dónde puede acabar ese material. Mira lo que le pasó a la tipa esa, la concejala —dijo Paz.
—No soy tonta, quedamos a través de los chats privados de Telegram. Son canales con un cifrado especial que no nos permite hacer capturas, tampoco reenviar mensajes. Y lo mejor es que se autodestruyen. ¿Qué os parece?
—Raquelita, tienes mucho que aprender, querida —dijo Silvia—. Deberías tomar nota de la reina de las redes sociales de contactos.
—Pues estarás a dos velas ahora, maja —dije yo.
—¡Qué ingenua mi dulce Valery! Me lo estoy pasando mejor que nunca, tía. Estoy descubriendo unas cosas alucinantes y explorando nuevos campos.
—No estarás quedando con ningún tío, ¿no? Me preocupas —dije.
—Lo que a mí me tiene preocupada es mi banquillo de Tinder. Con lo que me ha costado tener a mis seleccionados y que se hagan a mí. Claro que no estoy quedando físicamente con nadie —protestó Silvia.
—Tienes cuarenta y cinco años, ¿no te apetece formalizar una relación? —pregunté.
—A ver, Valery, no todas somos como tú. Yo me casé, soy madre y tengo pareja, pero cada uno en su casa es más sano. Así, las parejas funcionan mejor —dijo Paz.
—Yo odio a los niños y adoro a los hombres. ¿Por qué quedarme solo con uno? —rio divertida Silvia—. Bueno, dejad que os cuente porque he empezado a practicar el telesexo, ¡flipad! He probado con Matías, el titular de mi lista, unos juguetes eróticos que son lo más. Uno se activa mediante un mando a distancia y el otro con una aplicación en el móvil.
Silvia siempre se supera. Es capaz de captar mi atención y escandalizarme a partes iguales.
Para saber qué ocurre con la historia de Valery y Max tendrás que esperar a septiembre. Si quieres recibir cada semana en tu correo un nuevo artículo, estar informado sobre mis novelas y conocer la fecha exacta de publicación de Diario de un amor confinado, no olvides suscribirte.
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